LA LEYENDA DE LAS MUJERES DE AGUA
Hace mucho, mucho tiempo, cuando en el Montnegre vivían seres fantásticos como por ejemplo centauros, faunas, sátiros, oreadas, dríades y ninfas, había unas que destacaban por su belleza: las mujeres de agua.
A unos 3 Km de la plaza del pueblo, en dirección noroeste, camino de Vallgorguina, bordeando un riachuelo hay un paraje donde el agua ha formado una poza y una caverna, con una frondositat de terreno y una espesa vegetación que da un aspecto esotérico. En pleno día, tan sólo algún pequeño rayo de sol consigue filtrarse entre tanta penumbra, es un lugar encantador.
Es donde dicen que vivían estas ninfas y que por las noches de luna llena lavaban su etérea ropa, y lo extendían sobre la hierba mientras cantaban suave y danzaban delicadamente.
Una vez, un pastor joven y robusto descansaba una noche cerca del torrente y se despertó de repente, atraído por unas voces muy dulces. Embobado, despacio y sin hacer ruido, se fue acercando hasta espiar un espectáculo nunca visto: la danza de unas mujeres bellísimas, de piernas y pies desnudos, de largas cabelleras y envueltas de etéreos velos que agitaban al compás de una música extraña y encantadora.
De entre todas, se sintió atraído por una de ellas, que lo descubrió, pero sin decir nada continuó su danza, todavía más exultante. El pastor pensó que había tenido un sueño, pero a la siguiente luna llena volvió al mismo lugar para comprobarlo: volvió a sentir las armoniosas voces y a ver la mujer que le gustaba. Después de conocerse, la pareja huyó y se fueron a vivir al bosque.
Al cabo de un tiempo, la ninfa esperaba un hijo; que el padre fuera un mortal era una cosa que no había pasado nunca y por eso, llegado el momento de dar a luz, las ninfas no tenían conocimientos para asistir a su compañera. Gritaban desesperadas cerca de la poza, cuando las oyó una vieja que vivía en Can Patiràs, la casa más cercana, y que buenamente atendió los ruegos de aquellas exóticas mujeres. Bajaron al arroyo y una de ellas, al tocar el agua con una varilla hizo que la poza se abriera: allá debajo todo era luz, como si a la vez hubieran salido el sol, la luna y todas las estrellas.
La mujer de Can Patiràs ayudó la joven a dar a luz y las compañeras, agradecidas, le llenaron el delantal con algo que le dijeron que no mirara hasta llegar a casa. Por el camino, la mujer se palpaba el regazo preguntándose mil veces qué podía haber. Finalmente, la curiosidad ganó y, antes de llegar a casa, lo miró: el chasco la impresionó: ¡era salvado! Enfadada, lo tiró porque en casa sobraba, pero cuando llegó a casa, la familia se maravilló del delantal de la abuela; todas las arrugas y pliegues donde quedaron restos de salvado, se habían convertido en oro purísimo. Enloquecida, la abuela volvió atrás para cosechar el que había tirado y no encontró nada. Corriendo, bajó al arroyo, y se tiró al agua desesperada, donde fue engullida castigada por su curiosidad.
El joven pastor que atentó contra las divinidades del bosque fue condenado a vagar por las montañas del Montnegre por siempre jamás; y por siempre jamás, en las noches de luna llena, dice que se oyen los llantos tristes del joven enamorado buscando la amada mientras, cerca del riachuelo, también se oye gritar a la mujer ahogada en su codicia.